diciembre 1 2022

Transformando las masculinidades patriarcales y hegemónicas, ruta hacia la justicia de género y justicia social

La sociedad se encuentra basada en un sistema de privilegios y desigualdades. El patriarcado, junto al capitalismo, el racismo y el colonialismo; ha sido y es uno de los pilares fundamentales para el sostenimiento de las desigualdades y la violación de derechos de poblaciones históricamente vulneradas, como lo son las mujeres, niñas, niños, personas empobrecidas, cuerpos racializados y excluidos, entre otros.

La situación de privilegio que coloca a los hombres en una condición de superioridad frente a las mujeres y otros cuerpos vulnerables como lo son las niñas y niños, ha implicado una estructura social violenta y profundamente desigual.

Es por ello que, desde una mirada crítica, se debe problematizar la masculinidad hegemónica, como aquella masculinidad que reivindica los principios y valores del patriarcado, expresados en los mandatos de poder y autoritarismo.

De acuerdo a Michael Kimmel[1] (2018), la masculinidad hegemónica se define por tres elementos clave:

  1. El cuerpo es utilizado como un instrumento para expresar el dominio, ya sea mediante comportamientos rudos y violentos, mediante formas de sexualidad activa y dominante, a través del acondicionamiento físico, y por medio de la participación en posiciones sociales de autoridad.
  2. La identidad masculina se desarrolla a partir de actividades masculinizadas, realizadas fuera de la sociedad (al aire libre) y fuera de lo civil (deportes, disciplina militar), como formas de complementar su dominio en las esferas sociales y de la civilización. Estas actividades expresan valentía, coraje, determinación y fuerza, que también son cualidades masculinas.
  3. La masculinidad hegemónica se posiciona en relación contraria a lo subalterno; es decir, creando al otro como oposición al nosotros: homofobia, misoginia, y el rechazo a las masculinidades no-hegemónicas.

Junto a estas expresiones individuales del ejercicio de la masculinidad, es preciso reconocer que existen condicionantes estructurales, que sostienen la masculinidad como un mandato de poder y que ejercen una opresión sistémica sobre las mujeres, las niñas, cuerpos feminizados y disidentes.

La división sexual del trabajo

La posibilidad que han tenido los hombres de ejercer la vida pública y tener bajo su control los medios de producción y el poder económico, ha sido una de las principales expresiones de la masculinidad.

La división sexual del trabajo, que responde a la lógica en el que las mujeres deben desarrollar el rol reproductivo referido a las labores domésticas y las labores de cuidado, en tanto los hombres cumplen con el rol productivo, siendo todas aquellas actividades para la producción de bienes y servicios de manera remunerada y socialmente reconocida, es sin duda una de las principales brechas de género entre hombres y mujeres.

Bastian Olea (2018) apunta que la opresión de la mujer es funcional a la reproducción del sistema social patriarcal. En donde el objetivo principal del patriarcado es configurar a la mujer como un objeto; es decir, como la potencial propiedad de los hombres. Al ser consideradas objeto y no sujetos, las mujeres son percibidas por los hombres patriarcales como propiedad colectiva, que está disponible para ser “conquistada” o apropiada por los hombres, dando lugar a una competencia por la acumulación de mujeres a cambio de utilizarlas como marcador de virilidad. El cuerpo femenino como propiedad es usado o consumido para el disfrute masculino, explotado sexualmente al ignorar no sólo el deseo y placer femeninos, sino al negar su condición como sujetas, y volverlas objetos sexuales. También es explotado económicamente, al relegarlas a la esfera privada de la sociedad, que comprende la crianza de hijos, el cuidado del hombre y de la familia, y el trabajo doméstico, que en su conjunto son las formas de trabajo no remunerado (es decir, explotado) que sostienen la economía de la esfera pública.

Es así que los roles de género, basados en el mandato patriarcal suponen que son las mujeres las encargadas principales de la crianza y el cuidado de los niños, por tanto, el involucramiento de los hombres en las labores de domesticas y de cuidado ha sido limitado o nula en muchos casos.

En todo el mundo, se sigue sosteniendo que cuidar a los hijos e hijas es un trabajo que corresponde a las mujeres, y que la función de los hombres como jefes de familia los debería eximir, en gran medida, del trabajo reproductivo que incluya brindar cuidados.

“Según los datos de 23 países del mundo, un gran porcentaje de hombres y mujeres consideran que “cambiar pañales y bañar y alimentar a los hijos e hijas debería ser responsabilidad de la madre o la mujer”. Se necesita, y con urgencia, un cambio en relación a quién realiza el trabajo reproductivo y de cuidado diario si lo que queremos es una transformación significativa en las relaciones de poder entre las mujeres y los hombres, así como lograr la igualdad de género. Teniendo en cuenta el último informe del Foro Económico Mundial, al ritmo actual, nos llevaría 202 años cerrar la brecha económica que existe entre las mujeres y los hombres.”[2]

La violencia como patrimonio de lo masculino

La violencia, ha sido una de las manifestaciones más característica de la masculinidad hegemónica, el mandato machista y patriarcal, supone que la autoridad de los hombres puede ser ejercida mediante el uso de la fuerza física, de manera que la violencia es tolerada como herramienta para resolver conflictos, demostrar emociones y ejercer el control.

La violencia de género, es aquella violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres y se expresa en violencia psicológica, económica, física, sexual y en los casos más extremos la expresión de dichas violencias desemboca en feminicidios, que es la muerte violenta de mujeres debido en su condición de género.  Según la OMS[3] (2018), a nivel mundial, se estima que el 27 % de las mujeres de 15 a 49 años que alguna vez tuvieron pareja han experimentado violencia física o sexual, o ambas, por parte de su pareja o compañero en algún momento de su vida.

Efectos nocivos de la masculinidad hegemónica en el cuerpo de los hombres

Tan innegable es la situación de privilegio en el que la sociedad patriarcal ha situado a los hombres, como ciertos son los irreparables daños que la masculinidad hegemónica ha provocado en la salud, vida, entorno y familias de los hombres.

La atención a la salud de los hombres, representa múltiples desafíos. Estilos de vida no saludables, estereotipos de género, conductas de riesgos, falta de información que los hombres tienen sobre su propia saludad, se traducen en escaso uso de servicios de salud preventivos y de atención directa, limitados de programas con enfoque de género y la creciente prevalencia de enfermedades crónicas son algunos de los problemas que los sistemas de salud deben afrontar para atender las necesidades de salud de los hombres.

Del mismo modo se debe reconocer que el mandato de virilidad patriarcal, ha implicado que los hombres tomen distancia de sus emociones, distorsionando la importancia de la afectividad para el pleno desarrollo de las personas. Ello conlleva graves secuelas en el establecimiento de sanas relaciones sociales, así como afectaciones en la salud mental.

Lamentablemente los niños y adolescentes, tienen un impacto directo que se deriva de los mandatos de la masculinidad hegemónica, quienes desde muy temprana edad son condicionados a responder a los códigos masculinos y masculinizantes.

Es importante reconocer que existe una fuerte sanción social, para todos aquellos hombres que deciden romper el pacto patriarcal, especialmente niños y adolescentes, que se encuentran mas dispuestos a cuestionar los mandatos de género, se ven expuestos a violencia, exclusión y bullying, por lo cual es fundamental brindar espacios de acompañamiento, empoderamiento y desarrollo, que permitan a los niños, adolescentes y jóvenes, tener herramientas para desafiar el sistema patriarcal.

Retos para Aldeas Infantiles SOS

Reconociendo que la igualdad de género, implica necesariamente un profundo cuestionamiento sobre los roles de género, es prioritario que Aldeas Infantiles, continúe reforzando la transversalización de la perspectiva de género.

La mirada critica sobre los roles de género, nos permite cuestionar todos aquellos mandatos que suponen un deterioro en las condiciones para el pleno ejercicio de derechos. Supone que se deben continuar fortaleciendo las acciones para reconocer como se manifiestan las violencias basadas en género y como podemos contribuir con el ejercicio de relaciones más sanas y equitativas entre hombres y mujeres.

Es fundamental incorporar metodologías de trabajo que nos permitan abordar el ejercicio de masculinidades antipatriarcales con los niños, adolescentes y jóvenes participantes, reconociendo en ellos el potencial transformador y su rol protagónico para la construcción de sociedad mas justas e igualitarias.

El potencial transformador de los niños y las niñas, adolescentes y jóvenes, debe ser promovido desde acciones dirigidas al empoderamiento desde el enfoque de género y la participación política.

Se deben continuar fortaleciendo las experiencias de innovación en el enfoque de paternidades activas, de algunas Asociaciones Miembro como Perú, Bolivia, Nicaragua, Mozambique, Togo y Benín. El trabajo en paternidades activas, se constituye en una estrategia para prevención de la perdida de cuidado, pero también en una propuesta para incidir en la reducción de la violencia basada en género.

La implementación de intervenciones tempranas e integrales que aborden la crianza desde una perspectiva de igualdad de género es de gran relevancia para el desarrollo infantil. El enfoque de paternidad activa es una forma impulsada por la evidencia para prevenir la violencia contra los niños y niñas y la separación familiar. Utiliza la paternidad como un punto de entrada para trabajar con los hombres para promover la participación activa, no violenta y equitativa de los hombres en la vida de sus hijos e hijas.

La participación activa de los hombres en la crianza de los hijos e hijas ha generado un mejor desarrollo cognitivo y mejores logros educativos de los niños y niñas, tanto en los casos en que el padre vive con el niño o la niña como cuando no lo hace. La participación del padre se asocia con actitudes más equitativas hacia el trabajo de cuidado dentro del hogar y también tiene efectos intergeneracionales positivos: los hijos de padres más involucrados y equitativos tienden a estar más involucrados en los deberes domésticos y las hijas de padres más involucrados y equitativos tienden a tener un sentido más fuerte de autonomía.

Reconocemos que transformar las masculinidades hegemónicas, basadas en los mandatos patriarcales, es avanzar en la vía de la justicia social.

 

Maricruz Granados Carrillo 

Coordinadora de Programas y Género

Oficina Regional LAAM

 


[1] La Masculinidad Hegemónica. Bastían Olea Herrera.

[2] Men Care: Estado de la paternidad en el mundo: Liberando el potencial de los hombres en el cuidado.

[3] Global, regional, and national prevalence estimates of physical or sexual, or both, intimate partner violence against women in 2018.